lunes, 4 de abril de 2011

SU VOCACIÓN


Mireya ingresa al convento de Cristo Rey y María Mediadora en Chile el día lunes 9 de abril de 1945, la fecha coincidió con la de Teresita de Lisieux.

El nueve de  octubre del mismo año, toma el hábito y  recibe el nombre de Lucía del Niño Jesús y de la Santa Faz. “Lucía” evoca el nombre de la madre de Santa Teresa de los Andes, doña Lucía Solar de Fernández con quien el Monasterio estaba muy vinculado.  “Del Niño Jesús y de la Santa Faz” se deben a la devoción de Mireya por el Niño Dios, devoción de su infancia, y, a un cálido recuerdo de la Santa de Lisieux.

En el convento se caracterizó por su dedicación a dar gusto a su Amado mediante la aceptación fiel de cuanto decían sus superiores.  Nunca se quejó, pero le costó bastante adaptarse a las temperaturas frías y a la alimentación de la zona templada. Siempre añoró la presencia de los suyos y continuamente los encomendó al Señor  a la vez que ofrecía a  Jesús el dolor de esa renuncia.

Concluido el Noviciado, con la aprobación de las superioras, especialmente de la Maestra de Novicias, hace la profesión de votos simples: por tres años, se compromete oficialmente con la Comunidad y a través de ella, con la Iglesia, y contrae los deberes y derechos inherentes a su nuevo estado, de persona consagrada. La Hna. Lucía emitió esos votos el 10 de octubre de 1946.

El 10 de octubre de 1949 pronuncia los votos solemnes y cinco días después toma el velo negro, una solemne ceremonia propia del Carmelo. 

Cuatro años más tarde, Doña Carolina Innecco de Escalante, madre de la Hna. Lucía enferma de gravedad.  “Mi mamá estando para ir a verme, cayó enferma con un cáncer galopante. Pidieron permiso para que fuera pero sin hábito. Mi mamá se  iba a morir y yo en ese aprieto. Me dijo la superiora que me pusiera ante el Santísimo Yo no podía con tanto sufrimiento, sentía que las piernas se me doblaban. “Señor, a cómo sea, no te voy a dejar, me quedo contigo”. Y sentí clarito que así como a Abrahán, me prometía un céntuplo más allá”.

Profesa de votos solemnes, ofreció a Jesús su dolor, suplicándole por todos los suyos y Dios que nunca se deja ganar en generosidad, permitió que sor Lucía superara esta prueba tan amarga con serenidad admirable cuando, unos días después, se recibió un cablegrama que anunciaba la muerte de Doña Carolina. Apoyada en su fe, la Hna. Lucía vivió este paso de la esperanza cristiana con todo el dolor de hija y el amor de cristiana.

1 comentario:

  1. ¡Esta espectacular! Dios bendiga la idea de compartir todo lo relacionado con el camino de santidad de la Madre Lucia.cuenten con mi humilde oración para la causa. cristo.vive_3@hotmail.com

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